Sabato 20 Maggio
CostArena, Via Azzo Gardino 48
Pablo López-Carballo (Spagna, 1983) è dottore di ricerca in Letteratura spagnola e ispanoamericana presso l’Università di Salamanca. Ha pubblicato i libri di poesia Sobre unas ruinas encontradas (La Garúa, 2010), Quien manda uno (Transatlántica, 2012) e La dictadura de la perspectiva (Trea, 2017) e le prose raccolte in Crea mundos y te sacarán los ojos (El Gaviero, 2012). Insieme a Rosa Benéitez Andrés, ha tradotto in spagnolo Come si diventa materialisti storici di Edoardo Sanguineti; inoltre, ha recentemente curato l’edizione di El cristal que se desdobla (Amargord, 2016) dello scrittore cubano Lorenzo García Vega. È già stato tradotto in Italia da Valerio Nardoni (Le Parole e Le Cose, 2012) e da Lorenzo Mari (L’Ulisse 2013, Nuovi Argomenti 2014), che ha anche curato l´edizione in e-book della plaquette Imbastire l´acqua (Poesia 2.0., 2013) e la selezione antologica La precisione dell’indifferenza (Carteggi Letterari, 2016).
TIRARE DAL FILO
Tirare dal filo es un largo poema en el que se dan cita Ingeborg Bachmann, Vladimir Maiakovski, Ezra Pound, Federico García Lorca y Luis Cernuda, ejerciendo de interferencias sobre lo contemporáneo. Se construye un paisaje textual precario, siempre a punto de romperse, que muestra el carácter humano y la necesidad de estrechar lazos de unión y pensar en conjunto.
TIRAR DEL HILO
Cada mañana, bajo la techumbre que impide
al sol penetrar en la tierra, bajamos a por agua.
Levantamos casas, siendo cuidadosos
para que no cayeran metáforas en los cimientos.
Dejamos madera sin barnizar
e hicimos de la lumbre el espacio de la conciencia.
Señalamos los caminos:
los de ida estaban claros,
los de vuelta no.
Regresar del desprecio era estar a salvo
pero aprendimos a odiar cada vez a más distancia,
más allá de donde podíamos pisar.
«¿No es maravilloso cómo lo hemos rehabilitado? No hay espacio para el dolor, detrás de toda esa pintura se oculta el daño, ¿para qué seguir insistiendo?»
Crujió la aguja de los meses del reloj de Jean Paul.
A medio sol interceptamos mensajes
de hace cinco siglos, hombres
que preguntan por la guillotina
y respiran aliviados
sabiendo que sus hijos
morirán de otra manera.
Lo necesario y lo imposible
se fueron distanciando desde su matriz.
Malinterpretamos teorías
y cavamos bien adentro, hasta rompernos
las costillas y sacarnos los órganos. Los colocamos
en bandejas y nos quedamos solo con éstas,
sin órganos.
Algunas cosas nunca cambiaron,
seguimos matándonos, muy pocos contuvieron las ganas
aunque, siempre, a la misma hora, en otro lugar
alguien finalizaba la acción. Muchos han muerto
a manos de lenguas que no conocían. Hay declives
que dejan millones de cadáveres escondidos.
Los carpinteros anunciaron con estacas
la gran tela blanca que cubriría todo,
«aquí puede pintar lo que quiera»,
¿qué blancura añadiréis a esta blancura?
El cielo gana en metales a los pájaros
que matan el tiempo leyendo tratados de vuelo. Así
el viento dejó de ser ruta de emancipación
para envasarse en almohadones.
Cada idea, cada piedra que los pies vivos rozaron,
cada palabra en boca de las estatuas lleva a la siguiente.
Guardamos todo, cuando no teníamos nada, en las cosas
para que cada una fuera algo más. Así lo imaginario
y lo que vimos eran lo mismo y hablaban, también,
de otra cosa.
Los cuerpos calcinados en Pompei lo llevan dentro,
está en las cuentas de Giovanna degli Albizzi
y en los ojos de Friedrich se preservan las palabras
que cambiaron demasiado rápido su significado.
Queríamos recordar todo.
Casi logramos controlar y dominar agua y fuego,
destruimos naturaleza por ignota
y lo creado se dio por contenido. Se aplicó
la doctrina del atlas, el pasaporte
para ir del mundo de los vivos
al mundo de los vivos. En rocas
que dan al mar dejamos nuestras mantas
para que se las llevaran las olas y nos quedamos
mirando su ondulación como si fuera un mito. Terminamos
por entregar el cuerpo a cambio de imágenes,
monedas y plástico, nada que dé calor.
Las reglas comenzaron a cambiar y nadie sabía
qué hacer entre el antes y el ahora, el antes y el ahora…
y las cosas se perdieron en agujeros.
«Usted tiene derechos, tantos que no le dará tiempo en su vida a ejercerlos todos, por eso hemos decidido dejar algunos apartados para más adelante, no sea egoísta»
Es pobre el taller del lenguaje del mundo, nada sacarás
de estas cáscaras pese a la insistencia
o la reconciliación. Para llegar allí
debes cruzar el océano y, en algún momento,
descalzarte. ¿Así? Le dijo la costurera
clavando la vista en el ojal. Y estaba en lo cierto,
aunque su casa se vino abajo y se quedó sin ovillos.
Dimos vueltas, de un lado a otro,
huimos hacia el norte. Después,
a destiempo, hacia el pasado
pero no supimos cómo regresar. Quien sabía
del rastro se quedó sin corazón
y sin corazón se aguanta apenas unos segundos. En su caída
acertó a señalar el lado por el que volver
pero había una encrucijada
y en cada camino al menos otras tres
y así sucesivamente.
Una gran pasarela se abrió paso
hacia dentro, ¿dentro de qué?
el interior, lo que llevan dentro las cosas.
Hemos heredado la guerra, ya no se declara
ante los irreconocibles. Por eso encendimos
todas las antenas, cerramos
las puertas del idioma, perdimos
palabras en el interior del lenguaje y lo confirmamos:
las expectativas son residuos, en el mejor de lo casos
llegan a parecerse a nosotros mismos,
con demasiado respeto por lo que nos importa.
De truncarse, ganamos una veta
que se abre como el tronco de un árbol,
demasiado rápido
para cortar tanta espera.
Los significados se solapan
y anulan, siguen estando pero intentar
abarcarlos todos es igual a la carencia
de interés que suscita la acción.
Fuimos reduciendo la historia, despreciando
pensar como especie, excluyendo poco a poco
hasta que la historia fue apenas un átomo,
donde el mal es una abstracción sin ejemplos
y la resistencia algo inservible
para llegar al espacio. Encallados
en los bancos de arena, nos vamos sin una explicación
para el dolor.
De habernos perdido para buscar
la quemadura que mantiene despiertas las cosas.
Si los hubiésemos enterrado en la montaña.
Si sus huesos fuesen alimento para gusanos.
Ahora es tarde para hacer que todo explote.
Quizá tarde para lamentarse, para decidir.
Tarde para muchas cosas pero no tantas
como para renunciar a saber
para qué
es tarde.
Hay declives que confirman
la existencia. Hemos estado aquí,
esto es una señal, una muesca de presencia.
Ahora empezamos a desaparecer.
Tiramos del mar desde la orilla,
dándole la vuelta con la niebla dentro.
Más tarde confundimos la niebla con el cielo
y repetimos movimientos. El último
hombre se encogerá, tirará inútilmente del hilo
y, confiado, esperará que alguien responda
a sus peticiones.
La dictadura de la perspectiva (Trea, 2017)
TIRARE DAL FILO
Tutte le mattine, sotto la tettoia che impedisce
al sole di penetrare nella terra, scendemmo in cerca d’acqua.
Innalzammo case, con attenzione
affinché non cadessero metafore nelle fondamenta.
Lasciammo il legno senza vernice
e facemmo della fiamma lo spazio della coscienza.
Indicammo i percorsi:
quelli di andata erano chiari,
quelli di ritorno no.
Tornare dal disprezzo era essere in salvo
ma imparammo a odiare sempre a maggior distanza,
più in là di dove potevamo mettere il piede.
«Non è meraviglioso come l’abbiamo rimesso in sesto? Non
c’è spazio per il dolore, dietro tutta questa pittura si cela il
danno, perché continuare a insistere?»
Scricchiolò la lancetta dei mesi dell’orologio di Jean Paul.
A metà sole intercettammo messaggi
di cinque secoli fa, uomini
che chiedono della ghigliottina
e respirano sollevati
sapendo che i loro figli
moriranno in un altro modo.
Il necessario e l’impossibile
andarono distanziandosi dalla loro matrice.
Mal interpretammo teorie
e scavammo ben dentro, fino a romperci
le costole e levarci gli organi. Li collocammo
sui vassoi e solo con quelli restammo,
senza organi.
Alcune cose non cambiarono mai,
continuammo a ucciderci, pochissimi frenarono la voglia
benchè, sempre, alla stessa ora, in un altro luogo,
qualcuno portasse a termine l’azione. Molti sono morti
per mano di lingue che non conoscevano. Ci sono declivi
che lasciano milioni di cadaveri nascosti.
I falegnami annunciarono con paletti
la grande tela bianca che avrebbe coperto tutto,
«qui può dipingere quello che vuole»,
quale bianchezza aggiungerete a questa bianchezza?
Nei metalli il cielo batte gli uccelli
che ammazzano il tempo leggendo trattati sul volo. Così
il vento smise di essere strada di emancipazione
per travasarsi nei cuscini.
Ogni idea, ogni pietra che i piedi vivi sfiorarono,
ogni parola in bocca alle statue porta alla seguente.
Tenemmo tutto, quando non avevamo nulla, nelle cose
affinchè ciascuna fosse qualcosa di più. Così l’immaginario
e quello che vedemmo erano la stessa cosa e parlavano, anche,
di qualcos’altro.
I corpi calcificati di Pompei lo recano all’interno,
è nelle poste di Giovanna degli Albizzi
e negli occhi di Friedrich si preservano le parole
che cambiarono troppo rapidamente il loro significato.
Volevamo ricordare tutto.
Riuscimmo quasi a controllare e dominare acqua e fuoco,
distruggemmo la natura in quanto ignota
e il creato si considerò come contenuto. Si applicò
la dottrina dell’atlante, il passaporto
per andare dal mondo dei vivi
al mondo dei vivi. Sugli scogli
che danno sul mare lasciammo i nostri teli
perché se li portassero via le onde e restammo
a guardare la loro ondulazione come se fosse un mito. Finimmo
per consegnare il corpo in cambio di immagini,
monete e plastica, niente a dare calore.
Le regole iniziarono a cambiare e nessuno sapeva
cosa fare tra il prima e l’adesso, il prima e l’adesso…
e le cose si persero nei buchi.
«Lei ha dei diritti, così tanti che non avrà tempo nella sua vita
per esercitarli tutti, perciò abbiamo deciso di lasciarne alcuni
di conserva per dopo, non sia egoista»
È povera la bottega del linguaggio del mondo, non caccerai nulla
da queste bucce nonostante l’insistenza
o la riconciliazione. Per arrivarci
devi attraversare l’oceano e, a un certo punto,
restare scalzo. Così? Gli disse la sarta
inchiodando la vista all’occhiello. E andava sul sicuro,
anche se la sua casa crollò e lei rimase senza gomitoli.
Girammo intorno, da un lato all’altro,
fuggimmo verso il nord. Poi,
fuori tempo, verso il passato
ma senza sapere come tornare. Chi conosceva
la traccia si ritrovò senza cuore
e senza cuore si tiene duro appena qualche secondo. Nella sua caduta
riuscì a segnalare il lato per il quale tornare
ma c’era un incrocio
e in ogni strada almeno altre tre
e così di seguito.
Una grande passerella si aprì un varco
verso dentro, dentro cosa?
l’interno, quello che si portano dentro le cose.
Abbiamo ereditato la guerra, non si dichiara più
di fronte agli irriconoscibili. Per questo incendiammo
tutte le antenne, chiudemmo
le porte dell’idioma, perdemmo
parole all’interno del linguaggio e lo ribadimmo:
le aspettative sono residui, nel migliore dei casi
arrivano a somigliare a noi stessi,
con troppo rispetto per quello che ci importa.
Se si spezzano, guadagniamo una smagliatura
che si apre come il tronco di un albero,
troppo rapidamente
per fendere questa attesa.
I significati si accavallano
e si annullano, continuano a esserci ma provare
ad abbracciarli tutti è uguale alla carenza
d’interesse che suscita l’azione.
Andammo riducendo la storia, tenendo in spregio
il pensare come specie, escludendo poco a poco
finchè la storia fu poco più che un atomo,
dove il male è un’astrazione senza esempi
e la resistenza qualcosa di inservibile
per arrivare allo spazio. Incagliati
nei banchi di sabbia, ce ne andiamo senza spiegazione
per il dolore.
Se ci fossimo persi per cercare
l’ustione che mantiene vigili le cose.
Se li avessimo sepolti nella montagna.
Se le loro ossa fossero cibo per vermi.
Adesso è tardi per far sì che tutto esploda.
Tardi forse per lamentarsi, per decidere.
Tardi per molte cose ma non così tante
da rinunciare a sapere
a che scopo
sia tardi.
Ci sono declivi che confermano
l’esistenza. Siamo stati qui,
questo è un segnale, una tacca di presenza.
Ora iniziamo a sparire.
Tirammo il mare dalla sponda,
avvoltolandolo con la nebbia dentro.
Più tardi confondemmo la nebbia con il cielo
e ripetemmo i movimenti. L’ultimo
uomo si rannicchierà, tirerà inutilmente dal filo
e, fiducioso, aspetterà che qualcuno risponda
alle sue petizioni.
[Traduzione Lorenzo Mari.
La precisione dell’indifferenza (Carteggi Letterari, 2016).]